Miniserie
urgente empaquetada con estilo fotocopista
fanzineroso. Explosiva y ligera al
mismo tiempo. O sea, cada capítulo incluye montones de páginas de acción sin
diálogos. Montones. Virguerías gráficas, de storyboard
más que de exhibición fanfarrona
de talento. En eso, el dibujante Jason
Howard se mantiene siempre fresco, atento a la narrativa, generoso con el
mirón / lector. Warren Ellis,
guionista, visionario, enterado, nos
habla de una colonia terrestre situada en un no-lugar extraterrestre. Los
colonos llevan décadas allí, improvisando endebles modelos de microsociedad.
Hay un dictador chiflado y unas fuerzas armadas que reprimen. El protagonista
es un observador enviado en secreto por algún gobierno de la Tierra. Un
infiltrado sin lazos emocionales y que está muy en forma, temerario grado suicida. Escapa de un
interrogatorio en una cárcel junto a una punkette
rebelde acusada de asesinatos. Ellis plantea ideas interesantes mientras
huye hacia delante a toda velocidad: charca infecta que sanea a los que se
bañan en ella, sistema de extracción de órganos por decreto, engendros
humanoides de laboratorio. Los ricos viven más tiempo usando los órganos de los
pobres. Como en la vida misma (la mía, la tuya, la de nuestros vecinos y la de
millones de personas que no conocemos ni tú ni yo: carne de cañón, estiercol,
esclavos). Sólo los canallas sobreviven en el Nuevo Mundo (¿habla Ellis de los
EE. UU? ¿Del imperialismo viejuno y
del contemporáneo? ¿De la globalización, de la economía digital, del
liberalismo extremo, de la justicia justiciera vengativa?). ¡Seeee, claro que sí! Sorpresa: el final
es enérgico y jodidamente positivo. Si te pegan, cúbrete, pega, cúbrete,
esquiva, pega, pega, esquiva, retrocede, avanza, avanza, pega, pega, pega.
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