Debut
de Grant Morrison en la Primera
División. Personaje retro rediseñado
con toques costumbristas en un entorno metanarrativo
en perpetua mutación. El primer arco, del #1 al #4, sirve para presentar al
protagonista, casado y con hijos pequeños, ansioso por volver a enfundarse las
mallas superheróicas después de un periodo de inactividad (se ha ganado la vida
doblando escenas de acción en Hollywood). B’Wana Beast, un supertipo blanco procedente de la jungla africana, trata de
rescatar a su novia simia, secuestrada por un laboratorio de experimentación
vírica. Animal Man se hace animalista y vegetariano. El #5 se titula The Coyote Gospel y es una idadeolla típica de Morrison, con el
Coyote de los cartoons del Correcaminos de la Warner enredado en
una historia de realidades ficticias y rupturas de la cuarta pared. En el #7
aparecen extraterrestres de la raza de Hawkman visitando la Tierra con
intenciones artísticas (el suyo es un arte de vanguardia apocalíptico, por así
decirlo). En el #8, Animal Man conoce a un viejo villano trasnochado que le
cuenta su triste desventura antes de suicidarse. En el #9, el Mirror Master, un
villano con acento escocés, sale y entra de los espejos para darle una zurra por encargo a Animal Man. En el
#10, visita la serie el Detective Marciano. En los números #11 y #12, 2
extraterrestres recrean la historia del origen de Animal Man y tratan de
resetear la realidad ficticia del propio tebeo (un personaje desaparece
perdiendo colores, tintas, lápices y líneas abocetadas). En el #13, B’Wana
Beast encuentra sucesor en un chavalín
de raza negra. Morrison tira la piedra y esconde la mano. Tiene ideas
brillantes y no las desarrolla. Improvisa. No remata. Acumula. Se hace el
interesante. Divierte, eso sí. Inspira, también. Excita al lector, sí y no,
depende del día. El dibujo de Chaz Truog
es tan horroroso que no sé cómo
describirlo.



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