Infiltraciones
imposibles en entornos flipantes y trucos ópticos que cosquillean la mente: esa
parece ser la tónica de la serie. El coleccionista al que han ido a robar por
encargo de otro coleccionista es del tamaño del primo de Zumosol de Galactus.
El dibujo (de Aaron Kuder) es de los
que aprientan los huevos y la historia (de Gerry
Duggan) es lo suficientemente trepidante como mantenerme despierto a mis 50
y tantos años bien o mal cumplidos. Se le puede pedir más, pero sería injusto
en estos tiempos que corren, caracterizados por la tontería institucionalizada
y el friquismo global.
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