Las
2 primeras entregas me gustaron mucho. Los Guardianes de la Galaxia eran
contratados y recontratados por 2 coleccionistas de objetos increíblemente
raros (y megasuperpoderosos, en la mayoría de los casos). Constrastes cósmicos
de tamaño (lo mini versus lo macro),
infiltración por el método Caballo de Troya (dentro de una mierda de alienperrazo). El guión de Gerry Duggan chisporroteaba de ideas.
El dibujo de Aaron Kuder recordaba
al mejor Moebius. La cosa sigue
igual de estupenda. El #3 es un relato interpolado. Un flashback explicativo. Duggan indaga en las motivaciones de Gamora
para apuntarse a los robos. Ella también busca algo. Una gema. Una joya. Una
piedra de almas. Allí dejó una parte de sí cuando estuvo muerta. Ya sé que
suena raro lo que escribo, pero así se las gasta Marvel cuando deja que sus
guionistas beban demasiado. Este capítulo, psicodélico y psicopático, enredado
e incomprensible, está adecuadamente ilustrado por Frazer Irving, el Richard
Corben del siglo XXI. En el #4, regresa Kuder (ver ilustraciones) y regresa
el sense of wonder más chanante de la
temporada. Rocket Raccoon trata de matar (varias veces) a uno de los
coleccionistas (que son inmortales). Gamora está maravillosamente dibujada en
ambientes oscuros. El #5 vuelve a ser una historieta interpolada, esta vez
dibujada por el simpático Príncipe del Pop
Chris Samnee. Star-Lord es
perseguido y la lía parda. Todo por
culpa de unas cintas de cassette con
canciones chulísimas. El #6 retoma el
hilo argumental de la cabecera, con Kuder como artista residente. En la nave
robada por los Guardianes, que se llama Milano, hay un cadáver de un
extraterrestre Kree con brazaletes de poder chocante. El #7 es otra bola extra
protagonizada por Drax el Destructor, que nos explica por qué le llaman
destructor y por qué ahora es de la liga antiviolencia. El artista invitado Greg Smallwood dibuja meticulosa y
suavemente. Exquisito. La serie vuela alto. Y sin (aparente) esfuerzo.
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