Rick Remender, guión. Sean Murphy,
dibujo. No hace falta más para que me encabrite
de ansiedad. Futuro: año 2089. Lugar: Islas de Los Ángeles. Una
protagonista, Debbie Decay, que va literalmente tumbada encima de la espaldota de un killercop motorista gigantón enganchado a las pantallas
electrónicas y los contenidos de Internet que flotan delante de sus ojos. El
lenguaje es hermético y cyberpunk,
como el de las novelas de William
Gibson, pero puestísimo al día.
No se entiende una shit (y me da
igual). La gente se inyecta nanobots
en la sangre. Remender propone conceptos de entretenimiento como clone incest, snuff prostitutes o clown
torture. Hay momento Autos locos,
patinete con sierras, y un final melodramático y sexual. Me sentí leyendo bande dessinée para adultos, allá en mi
adolescencia. Algo pasado de rosca, colosal, hipermoderno. Este comicbook es una crítica a la adicción a
la tecnología y a lo trivial, y también, un viaje al futuro más destroyer, con referencias a RanXerox, el Druillet de Delirius, la
saga Mad Max, los tebeos de Judge Dredd y Tank Girl… y, según el propio Remender, el clásico japonés 13 Assassins (lo veremos en los
siguientes capítulos de la serie). Yo añado al lote la novela de Ray Loriga, Tokyo ya no nos quiere, por el título y por la historia de amor
tocada por las drogas y los recuerdos evanescentes. El dibujo de Murphy, como es
habitual, impactante, afilado y publicitario (en el buen sentido): coches y
vehículos de precisión mangática.
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